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martes, 18 de septiembre de 2012

La Rueda de Santa Catalina






Hecate


Hécate fue una diosa antigua, lunar y poderosa, una diosa de tres caras que los griegos adoraban en las encrucijadas. En la actualidad, como dice Miguel Sánchez del Arco, está bastante olvidada y nadie recuerda su nombre ni reconoce su figura, superada en fama por otros dioses con mejor marketing. Eso, al menos, es lo que parece, aunque en realidad Hécate se mantiene en plena forma, contemporánea y activa. Quizá se esconda un poco y vaya de incógnito, pero continúa siendo dominadora de la magia, diosa del reino de los muertos y soberana de brujas y fantasmas.


Está ahí, delante de todos. Sólo hay que saber buscarla.



Aunque los griegos acogieron a esta oscura diosa en su ya abigarrado panteón, Hécate proviene de tierras orientales, del Asia Menor, y su culto se generalizó en Egipto. Precisamente el término egipcio para “magia” es “heka”, de manera que sus antiguos adoradores ya valoraban en ella el dominio de estas artes.

En los primeros siglos de nuestra era, cuando Roma ya declinaba en poder y conocimiento, la ciudad egipcia de Alejandría ocupó su lugar, convirtiéndose en centro de sabiduría y cruce donde se daban la mano las culturas de oriente y de occidente. Esa mezcla de saberes y tradiciones dio lugar, entre otras muchas corrientes de pensamiento, al Gnosticismo (gnosis, en griego, significa conocimiento), doctrina que incorporaba con provecho creencias cristianas, judaicas y orientales. Pues bien, en esa ciudad, y en ese caldo de cultivo que mezclaba tradiciones y creencias de todos los rincones del mundo conocido, surgió una mujer, casi una niña, que ascendió a los altares cristianos como santa y a la que todos conocemos, al menos de nombre: santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir.

Fernando Yañez de Alamedina, Santa Catalina, 1505-10.

Según la versión más extendida de su vida y martirio, Catalina nació en Alejandría a finales del siglo III. Sus padres pertenecían a la realeza y dieron a su hija una sólida formación en los saberes de la época. Y, por supuesto, era cristiana. Cuando el emperador romano Majencio organizó unas fiestas en las que se hacían sacrificios en su nombre, Catalina se negó a participar en tan paganos fastos, enfrentándose al emperador y haciendo gala de una oratoria asombrosa. Para rebatirla, el emperador convocó a cincuenta de los más sabios doctores de Egipto, pero la niña Catalina dominó el debate con tanta solvencia que algunos de sus oponentes abrazaron, como ella, la fe cristiana.




Caravaggio, Santa Catalina de Alejandría, h.1597


A Majencio este resultado no le hizo ninguna gracia, de manera que condenó a muerte a Catalina, sometiéndola al tormento de la rueda para acabar con su vida. Pero cuando la joven se dolía amarrada ya al artilugio, este se hizo añicos de forma milagrosa, sin poder cumplir con su mortal tarea. Corría el año 307 de nuestra era cuando, finalmente, Catalina fue decapitada a la tierna edad de 18 años. Según narran las crónicas, Dios envió unos ángeles del cielo que recogieron su cuerpo llevándolo en volandas hasta el monte Sinaí, donde quedó enterrado. Tiempo después se construyó en las cercanías un monasterio en su nombre donde se conservan sus restos. Hoy es un importantísimo centro de la Iglesia Ortodoxa.


Según dicen los tratadistas, nadie había llevado su nombre, Catalina, antes de que ella viniera al mundo. Su nombre, pues, nació con ella. Un nombre que en griego, tradición en la que surge, se dice Ekaterina, revelando la antigua raíz ‘Heka’ (magia) de la que procede y señalando así a la poderosa figura de la diosa Hécate, a quien encarna y cuyos valores perpetúa camuflados dentro de la nueva corriente cristiana. Hécate adoptó un seudónimo y se convirtió en Ekaterina.

Si Hécate fue poderosa entre los dioses antiguos, Santa Catalina de Alejandría no lo es menos en el santoral cristiano. Los libros de la Iglesia la consideran uno de los catorce santos con más influencia en el cielo. Durante la Edad Media su culto estuvo tan extendido que su Monasterio se convirtió en un lugar de peregrinación al que llegaban fieles de todo el mundo, compitiendo en importancia con el Santo Sepulcro de Jerusalén. En 1067 se creó en Palestina la Orden de Caballería de Santa Catalina del Monte Sinaí, cuya misión era velar la sepultura de la santa y proteger a los peregrinos que acudían hasta allí. Su notoriedad fue tanta que en el famoso Atlas Catalán, obra cumbre de su época, realizado en 1375 por el cartógrafo Abraham Cresques, el autor señaló el Monte Sinaí con dos inscripciones. Una indicaba que en dicho lugar Dios entregó a Moisés las Tablas de la Ley. La otra, que allí reposan los restos de santa Catalina.

La imagen de Santa Catalina de Alejandría es una de las más difundidas del mundo. Miguel Ángel la dejó plasmada en la Capilla Sixtina y los pintores más ilustres de la Historia del Arte la han recreado con sus pinceles, de Memling a Caravaggio y de Ribera a Veronese. En todos ellos aparece, por supuesto, la Rueda a la que está tan unida, ese símbolo que representa el eterno retorno, el ciclo repetido del tiempo, de las estaciones, de las fases lunares. La Rueda de Santa Catalina se hizo tan famosa que dio nombre a la rueda de los molinos de viento, a la de los relojes mecánicos y a uno de los platos de desarrollo de las bicicletas, tres ejemplos de ‘ruedas catalinas’. También sirvió para que Catalina de Alejandría fuera nombrada patrona de los molineros y, en general, de todas las actividades que tuvieran que ver con ruedas, como la de los carreteros, alfareros, afiladores, etc.

Santa Catalina de Alejandria. Lamina 80. 'Vida de los santos', de Butler, dos volumenes, edicion sig. XIX

Tampoco faltan en sus imágenes otros elementos vinculados a su vida y a su martirio. Entre ellos los libros, símbolo de la sabiduría de la joven Catalina que le permitió vencer en su enfrentamiento argumental a los más grandes sabios de Egipto. En algunas de esas representaciones la santa se parece sospechosamente a la figura del arcano II del Tarot, La Sacerdotisa, que mantiene también un libro en sus manos como símbolo del conocimiento. La gnosis.





Francesco del Cossa, Santa Catalina, h. 1470-1472.




Magia y sabiduría acompañan a santa Catalina de Alejandría desde siempre. Una antigua creencia española lo pone de manifiesto afirmando que todo saludador o hechicero que nace con el don de hacer sortilegios y curaciones lleva, desde el vientre de su madre, la silueta de una rueda de santa Catalina marcada en el paladar como señal de su don.



El hecho es que santa Catalina de Alejandría jamás existió. Se limita a ser una representación fabulada de la antigua y pagana diosa Hécate. Los datos históricos de la santa son más bien nebulosos y ya en el siglo XVII el escritor religioso Jean de Launoi, al no encontrar pruebas sólidas de su existencia, reemplazaba su oficio por una neutra misa de réquiem. En el siglo XIX Alban Butler, en su conocido manual “Vida de los santos”, resolvía la datación de santa Catalina de Alejandría con un ambiguo “supuestamente siglo IV”. Y llegado el año 1969, la Iglesia católica de Roma suprimió su culto, aunque no pudo borrar su abrumadora presencia ni la fe de sus fieles.



¡Ah! Y como muy bien recuerda la sabiduría popular, santa Catalina de Alejandría, como la diosa Hécate, es un ser absolutamente lunar. Por eso le cantan la conocida copla:

“Al Sol le llaman Lorenzo / y a la Luna, Catalina”.



Javier Navarrete



Fuente:  http://www.tarotarcano21.com/

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