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sábado, 8 de diciembre de 2012

Sin mula ni buey de Javier Navarrete




El papa Benedicto XVI ha causado cierto revuelo con su libro “La infancia de Jesús”, al afirmar en sus páginas que en el entrañable Portal de Belén nunca hubo una mula ni un buey. El asunto ha desconcertado a la feligresía del atrezo navideño, devota de los fieles animales que, año tras año y siglo tras siglo, han ocupado su lugar en el Nacimiento doméstico, recordando aquellos otros que, presuntamente, calentaron con su biológica corpulencia los aires fríos del establo que dio cobijo a la Sagrada Familia.


Buey y mula en Retablo de la Adoración de los Reyes Magos del sig. XIV
En fin, que habló el papa y ‘se armó el Belén’.



En cualquier caso, es lógico que el papa sepa de lo suyo, y tiene toda la razón cuando afirma que no hay noticia de la presencia de estos dos animales en el nacimiento de Jesús, de acuerdo con los canónicos textos evangélicos. Porque, aunque parezca raro, los evangelistas hablan poco del nacimiento de Cristo. De hecho, sólo uno, Lucas, da cuenta de las circunstancias concretas del alumbramiento. Y lo único que dice es que, cuando el niño nació, su madre lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre. De que hubiera por allí una mula y un buey, no dice ni pio. Por tanto, en el pesebre del Nacimiento, oficialmente no había ningún animal ‘de compañía’.

Son los evangelios apócrifos, no aceptados como oficiales por la Iglesia, los que desarrollan con amplitud los detalles del nacimiento de Jesús y sus primeros días en este mundo. Textos como el “Protoevangelio de Santiago”, el “Pseudo Mateo” y el “Evangelio de la Natividad de María”, escritos en los primero siglos de nuestra era. En base a ellos, y a tradiciones populares que han ido surgiendo con el paso del tiempo, se va perfilando la configuración del Nacimiento que hoy manejamos.

El buey y la mula aparecen en el portal de Belén gracias al texto del “Pseudo Mateo”, que los incluye echando mano de una antigua profecía de Isaías que dice así: “El buey conoció a su amo y el asno a su señor”. Y de otra de Habacuc: “Te darás a conocer en medio de los animales”. A partir de ahí ya hay justificación para incluir al buey y la mula en el pesebre, y así comienzan a aparecer en las pinturas que abordan el tema de la Natividad, que también recogen numerosos matices incorporados de otras tradiciones y leyendas.

 Natividad miniada de Belbello de Pavía, del siglo XV

Por ejemplo, en esta preciosa Natividad miniada de Belbello de Pavía, del siglo XV, no solo aparecen el buey y la mula, que además se arrodillan en piadosa veneración ante el Niño, sino que la imagen detalla una escena de lo más hogareña. En el alumbramiento, la Virgen es atendida por dos parteras, una las cuales prepara el baño para el recién nacido mientras san José seca los pañales de la criatura al calor de la lumbre. Así es como lo narra el texto del “Protoevangelio de Santiago”, que identifica a las parteras como Zelemi y Maic, aclarando que están presentes porque José las llamó para asistir a la parturienta y, de paso, dar testimonio de la virginidad de María después del parto.




Miniatura de “La Grand E General Estoria”, de Alfonso X El Sabio, siglo XIIINo es infrecuente la postura ‘arrodillada’ de los animales prestando adoración al Niño Dios, pero en otros casos no se les reconocen tan buenas intenciones con respecto al recién nacido. A lo largo de la Edad Media, conforme crecía el sentimiento de aversión hacia los judíos, los cristianos identificaron con ellos a la mula, para humillarlos, ya que se trata de un animal impuro. Paralelamente surgieron versiones populares afirmando que, en el portal de Belén, mientras el compasivo buey calentaba al niño con su aliento, la malvada mula se comía la paja que le servía de cálido colchón y le mordía siempre que podía. Así, mordiendo al Niño, aparece en esta miniatura de “La Grand E General Estoria”, de Alfonso X El Sabio, siglo XIII.

Tan pérfida y desaprensiva conducta no quedará sin castigo. Según la tradición, su aviesa intención le valió a la mula ser condenada a la esterilidad. Así queda recogido por el antiguo cancionero popular:
“La mula, la vaca,
la paja y el heno
son los que acompañan
a este Rey del Cielo.
La mula le tira coces
la vaca le echa el aliento
¡Maldita seas por mula!
De ti no salga provecho”.


Miniatura del “Epistolario”, de Giovanni Gaibanas, del siglo XIII San José tampoco aparece siempre tan familiar, hogareño y colaborador secando pañales como muestra la miniatura de Belbello de Pavía. Cuando se enteró de que su mujer estaba embarazada sin que él hubiera tenido nada que ver en el asunto, se puso en lo peor y, por lo demás, evidente: María le había sido infiel. Este descubrimiento, en general, nunca despierta buenos sentimientos en el ‘engañado’. San José, que era un bendito, no quiso repudiar a su esposa, aunque estaba en su derecho, y penó en silencio su desdicha, esperando el momento oportuno para abandonarla, según cuenta Mateo en su evangelio. Por eso, en ocasiones, se le representa apartado de la Virgen y el Niño, con cara hosca y meditabunda, como en esta miniatura del “Epistolario”, de Giovanni Gaibanas, del siglo XIII. Sí, es ese pequeñito que está sentado abajo a la izquierda, mirando a su esposa con cara de pocos amigos. Y así estuvo hasta que un ángel se le apareció en sueños para revelarle que María esperaba al Hijo de Dios.



A partir de ahí a los ‘José’ se les empezó a llamar Pepe, porque la Iglesia tomó la costumbre de señalar, en los templos, la imagen de este santo carpintero con dos ‘pes’ en la peana: P.P. Con estas iniciales indicaba su condición de Padre Putativo. Pepe.


Javier Navarrete

FUENTE: http://www.tarotarcano21.com/

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