El papa Benedicto XVI ha causado cierto revuelo con su libro “La infancia de Jesús”, al afirmar en sus páginas que en el entrañable Portal de Belén nunca hubo una mula ni un buey. El asunto ha desconcertado a la feligresía del atrezo navideño, devota de los fieles animales que, año tras año y siglo tras siglo, han ocupado su lugar en el Nacimiento doméstico, recordando aquellos otros que, presuntamente, calentaron con su biológica corpulencia los aires fríos del establo que dio cobijo a la Sagrada Familia.
En fin, que habló el papa y ‘se armó el Belén’.
En cualquier caso, es lógico que el papa sepa de lo suyo, y tiene toda la razón cuando afirma que no hay noticia de la presencia de estos dos animales en el nacimiento de Jesús, de acuerdo con los canónicos textos evangélicos. Porque, aunque parezca raro, los evangelistas hablan poco del nacimiento de Cristo. De hecho, sólo uno, Lucas, da cuenta de las circunstancias concretas del alumbramiento. Y lo único que dice es que, cuando el niño nació, su madre lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre. De que hubiera por allí una mula y un buey, no dice ni pio. Por tanto, en el pesebre del Nacimiento, oficialmente no había ningún animal ‘de compañía’.
Son los evangelios apócrifos, no aceptados como oficiales por la Iglesia, los que desarrollan con amplitud los detalles del nacimiento de Jesús y sus primeros días en este mundo. Textos como el “Protoevangelio de Santiago”, el “Pseudo Mateo” y el “Evangelio de la Natividad de María”, escritos en los primero siglos de nuestra era. En base a ellos, y a tradiciones populares que han ido surgiendo con el paso del tiempo, se va perfilando la configuración del Nacimiento que hoy manejamos.
El buey y la mula aparecen en el portal de Belén gracias al texto del “Pseudo Mateo”, que los incluye echando mano de una antigua profecía de Isaías que dice así: “El buey conoció a su amo y el asno a su señor”. Y de otra de Habacuc: “Te darás a conocer en medio de los animales”. A partir de ahí ya hay justificación para incluir al buey y la mula en el pesebre, y así comienzan a aparecer en las pinturas que abordan el tema de la Natividad, que también recogen numerosos matices incorporados de otras tradiciones y leyendas.
Por ejemplo, en esta preciosa Natividad miniada de Belbello de Pavía, del siglo XV, no solo aparecen el buey y la mula, que además se arrodillan en piadosa veneración ante el Niño, sino que la imagen detalla una escena de lo más hogareña. En el alumbramiento, la Virgen es atendida por dos parteras, una las cuales prepara el baño para el recién nacido mientras san José seca los pañales de la criatura al calor de la lumbre. Así es como lo narra el texto del “Protoevangelio de Santiago”, que identifica a las parteras como Zelemi y Maic, aclarando que están presentes porque José las llamó para asistir a la parturienta y, de paso, dar testimonio de la virginidad de María después del parto.
Tan pérfida y desaprensiva conducta no quedará sin castigo. Según la tradición, su aviesa intención le valió a la mula ser condenada a la esterilidad. Así queda recogido por el antiguo cancionero popular:
“La mula, la vaca,
la paja y el heno
son los que acompañan
a este Rey del Cielo.
La mula le tira coces
la vaca le echa el aliento
¡Maldita seas por mula!
De ti no salga provecho”.
A partir de ahí a los ‘José’ se les empezó a llamar Pepe, porque la Iglesia tomó la costumbre de señalar, en los templos, la imagen de este santo carpintero con dos ‘pes’ en la peana: P.P. Con estas iniciales indicaba su condición de Padre Putativo. Pepe.
FUENTE: http://www.tarotarcano21.com/
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