Emilio
Herrera, el abuelo granadino de los trajes espaciales
El ingeniero Emilio
Herrera con su escafandra, en 1935.
Julio
Verne nos hizo fantasear con extraordinarias aventuras en la Luna y en el
centro de la Tierra. Emilio Herrera, llamado por algunos el 'Verne español',
también soñaba con viajar en vertical, pero se inclinó por la ciencia
más que por la ficción y luchó por hacer sus sueños tecnológicamente
realizables. Gracias a sus estudios aeronáuticos, toda una generación de
españoles comenzó a creer que algún día viajaría por el espacio.
"Toda
mi preferencia ha sido siempre por los viajes en dirección normal
[perpendicular] a la superficie terrestre, bien elevándome a las nubes,
bien descendiendo a las entrañas de la Tierra o bajo el agua de los mares",
relataba hace 80 años (1933) en su discurso de entrada en la Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
La
pasión por volar de este ingeniero militar le llevó a ser uno
de los primeros pilotos de globo de España, pero enseguida pasó a interesarse
por los aviones, fáciles de maniobrar. En 1914 ocupó las portadas de los
periódicos por ser el primero en cruzar el estrecho de Gibraltar en
aeroplano. Años antes, en 1905, se elevó bajo la mirada del rey Alfonso
XIII para observar un eclipse solar.
Herrera,
un hombre inquieto, no se conformó con el vuelo atmosférico por mucho
tiempo. Tan pronto como lo consideró un problema resuelto, se centró en
conquistar el espacio exterior. "Presentaba para mí muchos más
atractivos un sencillo viaje vertical –añadía en su discurso–, que una
expedición a los países más remotos, siguiendo las vías de comunicación
habituales".
Hasta
el infinito y más allá
Según
Emilio Atienza, doctor en Historia Contemporánea de España y especialista en
historia de la aeronáutica, Emilio Herrera ha sido inmerecidamente olvidado.
"Es uno de los grandes desconocidos de la tecnología española –asegura–.
La famosa frase de Unamuno de 'que inventen ellos' no encaja con él, ni con
tantos otros de la llamada Edad de Plata española".
Su
proyecto más ambicioso, aunque frustrado, fue la ascensión a más de
22.000 metros de altitud –por encima del récord de altura del momento–¬ en un
globo de barquilla abierta. Una vez en la estratosfera, su plan era tomar medidas
para estudiar la radiación cósmica. "Este proyecto fue de enorme
importancia, sobre todo, por el diseño de la escafandra Herrera, una de las
mayores aportaciones europeas a la conquista del espacio", asegura
Atienza.
La escafandra
del espacio era una vestimenta diseñada por Herrera para protegerse de
las temperaturas extremas, la baja presión y la falta de oxígeno de la
estratosfera. Muchos la consideran precursora de los trajes espaciales
actuales.
"Este
será el atuendo de los navegantes que en los futuros paseos por la estratosfera
podremos admirar brillantes y deslumbradores", aseguraba Herrera en la
revista Madrid Científico en 1935.
El
científico tenía muy claro que llegar a las capas superiores de la atmósfera
era el paso previo a la conquista del espacio, y que, en los viajes
extraterrestres, el astronauta necesitaría un traje protector para salir de la
cabina a hacer reparaciones de la nave o para caminar sobre el astro de
destino. Sus predicciones tardarían 30 años en probarse, cuando, en 1965, un
astronauta ruso dio el primer paseo espacial.
"El
traje de Herrera resuelve un problema que había costado la vida al
comandante Benito Mola y otros españoles que quisieron elevarse en globo a
grandes alturas y se quedaron sin oxígeno", explica Atienza. Aunque
llevaban una bombona, no contaron con que el frío a estas alturas congela el
dióxido de carbono producido en la respiración y obstruye el sistema. Herrera
ideó un método para eliminar este compuesto a la vez que aportaba oxígeno.
El
traje contaba con tres capas, una de lana, una de caucho y una tercera
de lona muy resistente. La zona de las articulaciones estaba diseñada
como un acordeón reforzado con cables y tirantes de acero para dar libertad de
movimiento al piloto. Una capa de aluminio pulimentado y una tela de plata
recubrían en el casco cilíndrico y el traje para reflejar los rayos solares y
evitar el recalentamiento.
En
1936, cuando por fin el enorme globo y la escafandra estaban listos para la
ascensión, el estallido de la Guerra Civil española se llevó por
delante todo el proyecto. El traje fue destruido y con la tela del
globo se hicieron abrigos para los soldados republicanos.
Dijo
'no' a la NASA
Pero
su reconocimiento internacional llegó hasta la NASA, que le ofreció
trabajo mientras él vivía en el exilio en Francia. Según explica Atienza, lo
rechazó porque "no quería alejarse de España, ya que pensaba que el
exilio no iba a durar tanto como luego duró". Otras fuentes afirman
que declinó la oferta porque la NASA denegó su solicitud de que la misión
espacial estuviera abanderada conjuntamente por EE UU y el gobierno de la
República española en el exilio. Según cuenta Carlos Lázaro Ávila en su libro
'La aventura aeronáutica', Herrera comentó a su secretario: "Los
americanos son como niños, creen que con el dinero lo pueden comprar todo".
Conseguir
una conexión aérea regular entre Europa y América fue otro de
sus sueños incumplidos. Su propuesta consistía en dos dirigibles
semanales con capacidad para 40 pasajeros que unirían Sevilla con Buenos Aires
en solamente tres días y medio. La falta de fondos españoles hizo
que una empresa alemana asumiera el proyecto. El dirigible Graf Zeppelin
hizo el primer vuelo entre los dos continentes el 18 de septiembre de 1928. El
12 de octubre, Herrera pilotaba la enorme nave sobre Barcelona con destino a
Nueva York.
Un
hombre de acción que se peloteó ecuaciones con Einstein
"Era un hombre de
acción. En los primeros años como ingeniero militar, nada hacía prever que de
pronto descubriera su gran pasión por las matemáticas y la física –explica
Rodrigo Martínez-Val, profesor en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos
de la Universidad Politécnica de Madrid–. Empezó a estudiarlas con tanta
profundidad que llegó a cartearse con los grandes científicos del momento,
como Albert Einstein".
En
1923, participó en la organización de la visita del gran físico alemán a España
y la prensa de la época recogió el encuentro entre Herrera y el padre de la
relatividad relatando cómo los dos científicos se 'pelotearon
ecuaciones'. Fue precisamente Einstein quien, cuando Herrera se vio
obligado a exiliarse a París, le solucionó su situación profesional al
recomendarle para trabajar en la UNESCO como consultor en temas de
energía nuclear.
La
creación en 1928 de la Escuela Superior Aerotecnia fue otra de las grandes
aportaciones de Herrera. "Trajo como profesores a las personalidades más
ilustres de la época. Algunos de ellos incluso habían estado propuestos al
Nobel, como Julio Palacios, y todos trabajaron para conseguir que se
convirtiera en un centro nacional de excelencia", dice Martínez-Val. En
esa escuela de Cuatro Vientos, Herrera promovió la construcción de uno
de los túneles de viento más grandes y modernos del momento. Según Luis
Utrilla Navarro, que encabeza el grupo de Historia en la Sociedad Aeronáutica
Española, el laboratorio de Cuatro Vientos aportó notables avances en el conocimiento
de la mecánica de fluidos y la aerodinámica.
En
un momento en que, como explica Atienza, "se salía de la universidad sin
haber oído hablar de física cuántica", Herrera escribió sobre
cosmología y partículas elementales. Su estudio sobre la bomba
atómica, el primer artículo que explicaba sus devastadoras consecuencias potenciales,
llevó a los periodistas a la puerta de su casa.
El
rechazo del artículo por una revista alemana confirmó sus sospechas de que en
Berlín estaba intentando fabricarla. Fue una publicación francesa la
que finalmente lo aceptó como artículo de divulgación. Veinte días después,
Hiroshima fue bombardeada. Aquel día, los reporteros se apiñaban delante su
apartamento parisino preguntando por el hombre que predijo el desastre.
Era
tal su preocupación sobre las aplicaciones militares de la ciencia, que también alertó
sobre el peligro de la bomba de hidrógeno y la de fotones. En uno de sus
programas en Radio París, con el título '¿Puede la humanidad suicidarse?',
reflexionaba: "Todos debemos desear el progreso científico de la
humanidad, pero sin dejar atrás su progreso moral. Si no, la
existencia del género humano corre gran peligro".
Fuente:
http://www.elmundo.es/
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