El oído nos permite comunicarnos con la vida de un modo maravilloso. La experiencia sensorial de la vibración nos llega gracias a él, aunque también pueda venir a través del tacto, como les sucede a quienes sufren la pena de ser sordos. Las cosas se manifiestan porque vibran. Sin tal, sólo hay vacío absoluto. Pero los sentidos se embotan fácilmente cuando no se les educa en la contemplación. Y en esta sólo puede iniciarse y aprender quien atiende a cuanto nos llega de los seres del Universo. Esa música primordial que es el Cántico de las Criaturas (animadas o inanimadas), glosada en el Cantar de los Cantares o implícita en el Lenguaje de los Pájaros de la tradición hermética. Es la voz de un Dios-energía que se manifiesta permanentemente a través de su obra.
Hay que oír..., escuchar con atención el pulso que está en todas partes, aunque no le hagamos caso distraídos por ritmos y cadencias mediocres que martillean el cerebro y lo van abotargando sin que nos demos cuenta. Basta con parar un rato nuestro yo sesgado, y centrarse en nuestro yo eterno, para comprobarlo.
El sonido, independiente de como se manifieste, es un maestro que nos enseña qué es cierto e importante. Por eso merece la pena que le incorporemos como vía de crecimiento espiritual. Está ahí, y a mano, aunque no le prestemos toda la importancia que tiene. Su manipulación alquímica lleva al conocimiento.
Cuando el sonido se manifiesta ordenado le llamamos música, cuando no ruido, pero siempre tiene claves necesarias para desarrollarnos plenamente.
Texto de la página http://www.frayjuanignacio.es/
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